Hace algunos años, allá en mi lejana Sartimbamba, escuché por primera vez a un candidato deshacerse en propuestas. Recuerdo que hablaba de educación, salud, de construcción de carreteras y que con su eventual triunfo, la pobreza desaparecería. A tanto llegó mi ingenuidad, que lo creí todo.
Los días pasaron, el famoso candidato ganó las elecciones, y nunca más lo vi pisar el corredor de nuestra casa, y la vida de quienes habitábamos aquella comunidad, no cambió nada. Hasta el día que abandoné aquel lugar, seguíamos caminando 15 minutos aproximadamente para traer agua de un puquio, en las noches nos alumbrábamos con un lamparín de kerosene, los medios de transporte eran las acémilas. Caminando 6 horas aproximadamente se llegaba al marañón, entre otras cosas. Es decir, día a día vivíamos con la probreza.
En estos últimos días, los recuerdos han revoloteado en mi mente y han traspaso las barreras del tiempo. Y me he hecho la pregunta, ¿las cosas han cambiado en lugares como en el que me tocó vivir? La respuesta inmediata es, no. Pero, las esperanzas, de quienes viven allí y en lugares similares - donde la pobreza sigue siendo el telón de fondo para los traficantes de esperanzas - no las han perdido, yo tampoco.
Hoy, en que se avecinan los comicios electorales, candidatos de todo tipo han puesto en marcha toda una maquinaria electoral, con el fin de convencer a un electorado, que cada día cree menos en la política y otros que no entienden la verborrea que inunda todas las plazas, parques, avenidas, escuelas, casas comunales, incluso iglesias de todo tipo.
Pero hay un grupo, que si debe preocuparnos, son los que nunca esperan nada de un político. Son aquellos que día, día se alimentan de su pobreza (unas cuantas papas con su cushal) y que solamente ven pasar a los candidatos por las puertas de sus casas, prometiéndoles muchas cosas, que al final se convierten en puro palabras que las desvanecen los vientos del olvido y la indiferencia.
Pero igual, todos, el tres de octubre tendremos que acudir a depositar nuestro voto, porque en el Perú es obligatorio. Entonces, los que no tenemos decidido nuestro voto, seguramente, la pregunta que está rondando por nuestra cabeza es, por quién votar. Yo recomendaría hacernos la pregunta, ¿por quién no votar?
No votar por:
· Por los que les acompaña un pasado vergonzoso crímenes, robos, explotación a menores de edad, etc.
· Por los que ensucian la ciudad con afiches, gigantografías y pintas exageradas, tratando de vender una imagen que en realidad no son.
· Por los que en cuyos planes de gobierno, a parte del desorden, en que se presentan las propuestas, se esconde un populismo, propio de candidatos que han entendido que es la única forma de convencer a la gente, que no cree en ningún candidato.
· Por los que se aprovechan de los programas sociales del estado, para movilizar a los campesinos y sectores urbano marginales, con engaños y mentiras.
· Por los que hacen campañas millonarias, porque si hacemos un cálculo simple, nos daremos cuenta, que legalmente el sueldo de un alcalde en todo un periodo, no alcanzaría para recuperar toda la inversión.
· Por los que no explican claramente, las fuentes de financiamiento de su campaña. Peor aun por los que no se sabe a que se dedican, es decir, en que trabajan.
· Finalmente no desperdiciemos nuestro voto, por los que a todas luces, salta las mentiras más descaradas. En todo el sentido de la palabra.
Este tres de octubre, nosotros tenemos el poder en nuestras manos. A partir del día cuatro, posiblemente estaremos lamentándonos de no haber elegido al alcalde que nuestros pueblos merezcan y solamente veamos como incrementan sus caudales a espaldas del pueblo que equivocadamente les eligió, y como siempre, la riqueza seguirá circulando en manos de unos cuantos (mineros, constructores, abogados, periodistas, etc.) todos estos, que están detrás de cada candidato. Por estas razones, debemos pensar muy bien antes de votar y darle nuestro voto a cualquier sinvergüenza. Parafraseando a Patricia Del Río, castiguémoslos con el látigo de nuestra indiferencia.