Veo a Marco Aurelio Denegri, que es todo un espectáculo. Pero sobre todo, escucho a Denegri .
Y lo
veo y me veo de algún modo. Porque ambos somos anacrónicos. Ambos
venimos de una clase media que quería ser más leyendo, viendo buen cine,
frecuentando alguna música.
Esa
clase media y ese país han fallecido. Y por eso de repente Marco
Aurelio tiene ese aspecto de enterrador y lo que dice viene del
pesimismo y se dirige casi, derechito, a la melancolía.
Porque
Denegri defiende un idioma que ya nadie habla y comenta libros que muy
pocos leen y cita a autores remotísimos para las grandes mayorías. Y,
además, no cree en el amor romántico y huye de la sensiblería como si de
un incendio se tratara.
¿De dónde ha salido Denegri?
Del Perú
que pudo ser, de lo que fuimos. De ese país que habría sido si a
Sebastián Salazar Bondy lo hubiesen respetado y a Porras homenajeado y a
More bien pagado.
¿Hubiera sido mejor el país que Denegri encarna y este columnista extraña hasta la rabia?
No lo
sé. Lo que sí sé es que prefiero un millón de veces ese país espectral
del nunca jamás, donde Denegri no llega ni a 1 punto de rating, que el
Perú en el que ser ignorante es casi un requisito laboral.
Denegri
es un sexólogo eminente, un inexplicable amante de la lidia de gallos y
un presunto amante de la autosatisfacción, pero es también uno de los
últimos humanistas que nos quedan.
El
horizonte de su curiosidad intelectual no parece tener límites y su
iracunda erudición gramatical no sabe de paciencias. Y lo mejor de todo
es su amor por la precisión y la sobriedad con la que se manifiesta.
A mí lo
que más me sorprende de este hombre admirable es su tenacidad. No sé
cuántos años tiene -me da vértigo imaginar su edad-, pero allí está,
sólido como una roca, corrigiendo, enseñando, provocando, riéndose de lo
risible y demostrando que la televisión también puede servir para
elevar el nivel de la gente.
De hecho
su programa es una extravagancia y él parece salido de una señal
extragaláctica. Algo así como si el Canal 7 quisiera que nos
olvidáramos de la zafiedad de su programación, de su humor vomitivo y de
su tundete de mentiras oficiales brindándonos este banquete de
sabiduría.
Hace
poco murió Leopoldo Chiappo y pocos, muy pocos, lo lamentaron. En
México -ya no digo España- Chiappo habría sido una estrella
intelectual. Su conocimiento del Dante, por ejemplo, merecía todos los
homenajes que no le dimos en vida y que le negamos a su muerte.
Y es que
entre Chiappo y Chacalón, los medios hace rato comprometidos en la
conspiración de embrutecer, ya eligieron. Y no es que Chacalón sea
despreciable. Es que la gran prensa y la gran televisión consideran que
Chiappo y Chacalón no caben juntos en una página o en un programa.
Y de
tanto Chacalón excluyente hemos mutado y somos este país que vota
tapándose la nariz, exporta piedras y se cree, como decía Macera, la
Austria sin Salzburgo de esta región.
Acabo de recordar a Macera, con el que fui tan duro. Ahora no dudo en decir que Macera se merecía más matices que vitriolo.
Porque a
Macera el Perú no le dio nada sino un sueldo de pellejería. Y
siguieron dándole nada y desprecio y menos que nada en esa cueva
asaltada por Sendero que era San Marcos. Y por eso Macera se volvió
fujimorista furtivo, que era una manera de acabar consigo mismo, de
romper con la farsa de nuestra "intelligentsia" y de cobrar una pensión
mejorada. O sea de "integrarse" perdiendo la integridad.
Recordando
a Macera admiro más que nunca a Marco Aurelio Denegri. Que sigue
siendo él mismo sin atenuantes. Que sigue siendo él en un país donde
ser y seguir siendo es una hazaña."
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