Por: Ybrahim Luna
Siendo más puntuales. La gran minería, en las regiones donde se practica, ha generado crecimiento, tanto en infraestructura como en movimiento comercial, barrios nuevos con evolución algo desordenada e informal y aumento significativo del parque automotor, sobre todo camionetas. Mas no así, un verdadero desarrollo o progreso, ya que ello significa otro tipo de avance, más institucional y social.
Lo que evidentemente no ha ocurrido. Y por el contrario, en las zonas consideradas mineras, los conflictos sociales se han triplicado. En la mayoría de los casos con comprobados abusos por parte de la empresa minera contra las comunidades y campesinos. Abusos que van desde la estafa, desalojarlos de sus tierras a la fuerza, encarcelarlos como agitadores e incluso el maltrato físico como parte de una política de disuasión.La percepción general es de un crecimiento incompleto, injusto, chueco. Un crecimiento que beneficia a unos más que a otros; a los que, básicamente, lograron “saltar la valla”: la prerrogativa de los mineros como dueños de las pistas con sus camionetas y la prepotencia de sus jaranas a media semana.
A esta percepción, a este descontento, la respuesta oficial suele ser la misma desde hace más de una década: “la mina no sabe comunicar bien todas sus bondades” o “exíjanles a sus autoridades locales que aprendan a gastar la plata”.
Y por supuesto, el debate sobre si las alcaldías, gobiernos regionales y universidades saben o no gastar la plata del canon minero es tan controvertido y antiguo como la denuncia de que el SNIP y el Gobierno Central ponen trabas a propósito para impedir el desarrollo real de las regiones, y sobre todo a la aprobación de proyectos de industria local que generen independencia económica respecto de la mina.
Por lo que, la intención de esta breve carta es más bien contar la curiosa historia de Juan X, un ciudadano común y corriente de provincia que logró “saltar la valla” y convertirse en socialmente “minero”. Juan X no es una persona específica ni representa a la mayoría. Juan X es una (mini)generación y una expresión social que evidencia cómo se mueven algunos odios y amores en torno a la gran minería.
Juan X era un universitario valiente que defendía sus ideales frente a sus compañeros, profesores y autoridades de cualquier institución. Se lo veía a menudo en las protestas contra los abusos que cometía la minera. Llevaba pancartas, arengaba y organizaba vigilias. Estaba a lado de los comuneros y amaba la defensa del Medio Ambiente. Juan X era un líder juvenil, de pelo largo y polos del “Che”.
Juan X terminó la universidad y no encontraba trabajo, la plata le faltaba y se iba quedando solo. Se sentía estafado, muchos de sus amigos, hermanos de protesta e indignación, habían aceptado los trabajos que la Mina les ofreció a cambio de “moderar” su discurso.
Juan X, cansado de traiciones y carencias, buscó un trabajo en la mina. Al inicio no fue fácil, pero con vara todo se puede. Su nombre ya no estaba vetado para la gran industria.
Juan X es bachiller en ingeniería. Empezó ganando 800 soles y luego 1500. Trabajaba todo el día. Se despertaba de madrugada para viajar durante un par de horas hasta el asentamiento minero. Regresaba fatigado a la ciudad, pero se daba tiempo para salir con los amigos.
Juan X fue ascendido en la mina y su sueldo se incrementó a 3000 soles mensual. Juan X tuvo un interés distinto en la política del país. De repente, muchas cosas le causaban malestar y no entendía el porqué. Sus gustos empezaron a cambiar. Ahora visitaba solo pubs y restaurantes exclusivos, solo para la gente que podía pagarse ciertos gustos. Descubrió que ese era su mundo, con la gente “de su nivel”.
Juan X tuvo otro ascenso, ahora ganaba 7000 soles mensuales. Los años pasaron, se recibió de ingeniero civil, se casó y tuvo su primer hijo. El tiempo avanza en un abrir y cerrar de ojos y Juan X matriculó a su hijo en un colegio muy exclusivo, donde se habla mayoritariamente inglés. Un colegio para mineros, como le dicen en la ciudad.
Ahora que Juan X tiene plata siente que todos lo envidian, que sus vecinos hablan a sus espaldas, que sus familiares solo quieren sacarle plata. Siente vergüenza de sus familiares de poncho y sombrero. Cuando pasa en su camioneta hace como que no los ve.
Juan X ahora gana 17 000 soles. Y cree, realmente convencido, que a esos revoltosos comuneros que bloquean pistas hay que meterles balas sin piedad. Por que por culpa de ellos el Perú no avanza. Juan X tiene información de primera mano sobre derrames de elementos químicos por parte de la mina y de injusticias cometidas por la empresa contra los campesinos a los que desaloja prepotentemente de sus tierras, pero se hace el desentendido. Juan X le dice a sus amigos, entre copas, que él es de derecha.
Que el cholo es pobre porque es haragán y que todo lo espera de “papá Gobierno”. Entre tragos, también, les confiesa a sus amigos que la mina sí contamina, pero qué importa, si al fin todos vamos a morir de viejos.
A Juan X, que ahora anda en camioneta a todo lado, le dan miedo las calles por las que antes transitaba cuando era un flaco y pelucón universitario. Siente que parte de sus juventud fue un desperdicio, pero que ahora todo está en su lugar y que todo lo que tiene se lo merece porque se ha matado trabajando para salir adelante. Y cree firmemente que los revoltosos, esos campesinos, solo aprenderán con palo y con bala.
Y que todo lo hacen porque envidian que él si puede darse el lujo de vivir entre hoteles, clubs, pubs y discotecas “solo para socios”, en un pueblo donde la pobreza, desnutrición infantil y el analfabetismo campean.
El otro día Juan X se encontró con una protesta universitaria en contra de los nuevos abusos de la Mina, y su hijo le preguntó: ¿por qué están gritando esos señores? Y Juan X le respondió: no lo vas a entender, es muy complicado. Pero para sus adentros, Juan X sabe que todo es muy simple, y siente un poco de nostalgia.
Por supuesto que los verdaderos directivos y funcionarios de la mina, los socios mayoritarios, ven a todos los Juan X como simples piezas intercambiables.
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