domingo, 20 de marzo de 2011

Damas de segunda

Autor: Patricia del Río
N o creo que el voto femenino se decida por razones muy distintas a las del masculino. Eso de que Alan García ganó en el 85 porque se supone que era guapo, no me lo creo. Si las mujeres votáramos siempre por el más lindo, Fujimori jamás le hubiera ganado al plantado Vargas Llosa de los noventa y por Carlos Raffo solo votarían su mujer y sus hermanas. Así que dejemos de lado ese tonto prejuicio. Lo que sí creo que influye en nuestro voto es el concepto que tienen los candidatos de nosotras. Si aquel que busca ser presidente resulta machista, o maltratador, pues la verdad que a una se le quitan las ganas de votar por el troglodita en cuestión.

Y los asesores de campaña lo saben. Por eso, por el Día de la Mujer, Luis Castañeda tuvo el gesto de enviarnos flores a todas las periodistas (gracias, lindo el ramo, pero seguiremos preguntando). Y por eso también en el debate del domingo sus asesores decidieron ponerle una rubia al lado para que lo engalane. La estrategia era mostrarlo más como un caballero enamoradizo y alejarlo del perfil de técnico torpe para el trato humano. Y el truco electorero estuvo a punto de funcionar: la señora reía, él lucía feliz, la foto estaba quedando regia hasta que le pusieron los micros al frente y zas la embarró. Cuando le preguntaron sobre la talentosa María Sol Corral, la definió como un amuleto. Y cuando intentó explicar el tipo de relación que supuestamente los unía, el ex alcalde la presentó como si la rubia fuera su trampa. Todo mal.

Lo de Castañeda, sin embargo, no pasaría de ser una anécdota sobre su pésima estrategia de campaña, si no reflejara una constante en la política peruana: el insólito rol que desempeñan las mujeres de los candidatos y el más ridículo aún que les toca protagonizar cuando se convierten en primeras damas (qué huachafo título, por Dios). Como si el mundo no hubiera evolucionado nada, las esposas de nuestros políticos van de adornos, repartiendo besos, cargando niños y limpiando mocos. Y a todos nos parece bien. No nos importa si son profesionales, o muy capaces en sus vidas privadas, públicamente esperamos que sean decorativas. Por eso Eliane Karp cayó tan mal. Al margen de su nada carismática personalidad, cometió el pecado de exigir un papel protagónico en el gobierno y a todo el mundo le pareció pésimo. No voy a negar que hizo méritos para ser la mujer más chinche del Perú, pero siempre he pensado que la Karp, otrora tan activa e independiente, casi enloqueció de tanto sonreír para la foto con el sastre novoandino recién diseñado para la ocasión.

A las otras primeras damas tampoco les fue mejor. A Susana Higuchi siempre la recordaremos enrejada en Palacio de Gobierno, denunciando la corrupción con ropa donada que se cocinaba en sus narices. De nada le sirvió el hecho de que ella parara la olla de su casa durante años. Al tacho sus títulos y pergaminos. Su nuevo puesto era el de un florero más del salón dorado, y como no le dio la gana de ejercer tan triste papel –que Keiko sí heredó con gran entusiasmo– la encerraron como una loca, la enrejaron y lo que sigue es una historia oscura y tortuosa que el fujimorismo nunca ha podido aclarar.

¿Y Pilar Nores? La más chancona. Ha ejercido el modelo ideal de Primera Dama en los dos gobiernos de su marido: silenciosa, respetuosa, invisible. Tan invisible que hace más de un año no está al lado de Alan y nadie se ha dado cuenta. Lo más triste de su historia, sin embargo, es que a pesar de que sí ha hecho un trabajo eficaz por los más pobres, a nadie le importa. Su imagen de esposa abnegada de mujeradornodemandatario, que un día se paró al lado de su marido, con la mirada clavada en el suelo, mientras este le confesaba a todo el Perú que le había puesto los cachos, es lo que perdurará en la memoria de todos los peruanos.

La verdad si me preguntan qué papel deberían desempeñar las mujeres de los candidatos y de los presidentes no tengo una respuesta definida. Lo que sí me queda clarísimo es que estas pobres señoras reciben el título de Primera Dama pero están obligadas a desempeñar un papel de segunda categoría.

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