martes, 29 de marzo de 2011

Si usted quiere el incendio, vote por PPK

Por: Cesar hildebrandt
Si usted quiere, como que­rían los mar­xis­tas, agu­di­zar las con­tra­dic­cio­nes del Perú y ten­sar sus con­flic­tos hasta las cer­ca­nías del drama, sea cohe­rente: vote por el esta­dou­ni­dense PPK.
Con ello garan­ti­zará que el Con­ve­nio 169 de la OIT sea bur­lado, que el gas de Cami­sea no se le venda a los perua­nos sino a los mexi­ca­nos y chi­le­nos (por­que eso le con­viene a los emplea­do­res de PPK), que lo que queda del Perú sea rema­tado (inclu­yendo el agua pota­ble y el Mue­lle Norte) y que, por último, nos con­vir­ta­mos, frente a Washing­ton, en una ver­sión toda­vía más aga­chada que la del ram­pante Álvaro Uribe.
PPK no es peruano. Eso está muy bien. Henry Ford tam­poco lo era. Ni Teddy Roo­se­velt. Pero ni Ford ni Roo­se­velt pos­tu­la­ron a la pre­si­den­cia del Perú.
PPK es un lobista sin escrú­pu­los, un rudo hom­bre de nego­cios que juega a gana­dor y ya ha obte­nido bas­tante mez­clando pro­mis­cua­mente, desde sus posi­cio­nes de minis­tro y ase­sor de varios regí­me­nes y de muchas empre­sas extran­je­ras, lo público y lo privado.
Es más: yo no sé si PPK es un esta­dou­ni­dense de veras. Lo que sí sé es que es un cos­mo­po­lita del billete. Si mañana hubiese gue­rra entre Esta­dos Uni­dos y China, PPK se refu­gia­ría en la sede del Banco Mun­dial. O en algún gua­ri­que cen­troa­me­ri­cano del FMI o en el con­su­lado polaco de Nueva York. Por­que PPK no es el tío Sam. ¡Es papá Johns!
Y no nece­sito decir cuánto demo­ra­ría en asi­larse en la emba­jada de los Esta­dos Uni­dos en Lima si el Perú entrase en con­flicto con algún país vecino.
No está prohi­bido ser una omní­vora piraña inter­na­cio­nal. Lo que sí es muy mal gusto es que alguien que no cree sino en el dinero nos venga a hablar de polí­ti­cas de Estado y de jus­ti­cia social.
Los chi­cos de las cla­ses A/B no es que se la hayan creído. Es que son tan anar­quis­tas, tan nihi­lis­tas, tan compu­tacio­na­les y tan meta­le­ros que no les importa que un extran­jero voraz dis­fra­zado de flau­tista los gobierne. Total, si muchos de sus padres se arro­di­lla­ron ante un ciu­da­dano japo­nés, ¿por qué no PPK? Total, si el Perú sigue siendo una mina, una enco­mienda, un bur­de­lito, un denun­cio, un bos­que por talar y mon­ta­ñas de oro que entre­garle a los de afuera, ¿no es cohe­rente votar por un exi­to­sí­simo expa­triado con más de un pasa­porte? ¿No es acaso PPK el hom­bre sin atri­bu­tos mora­les que el cine ha hecho héroe y la tele para­digma? ¿No es bacán ser un Michael Dou­glas en Wall Street?
El pro­blema es que una hipo­té­tica elec­ción de PPK nos vol­verá a ese dere­chismo pra­dista que incubó el vio­len­tismo de los 60, el golpe izquier­dista de los 70, la locura sen­de­rista de los 80.
No es la pri­mera vez que el mundo conoce un periodo de bonanza. Entre 1950 y 1975 hubo, en líneas gene­ra­les una altí­sima tasa de cre­ci­miento. Y el Perú no fue ajeno a este ciclo. El asunto es que ese cuarto de siglo no fue apro­ve­chado para cons­truir las bases de un Estado moderno y de una socie­dad menos equilibrada.
Hoy nos pasa lo mismo.
La pros­pe­ri­dad ha pasado como un bólido delante de las nari­ces de millo­nes de perua­nos.
Durante este corrupto segundo gobierno de Gar­cía, por ejem­plo, ha ocu­rrido lo siguiente:
1. 1. La par­ti­ci­pa­ción de la remu­ne­ra­cio­nes del Pro­ducto Bruto Interno bajó de 23.1% en el 2006 a 20.9% en el 2010.
2. 2. El ingreso per cápita –ese pen­de­jismo– aumentó en 24.4%, pero los sala­rios reales baja­ron 6%.
Félix Jimé­nez nos ha recor­dado que el 77% de la Pobla­ción Eco­nó­mi­ca­mente Activa está en ser­vi­cios y comer­cio con suel­dos pro­me­dia­les de 650 soles y muy escasa pro­duc­ti­vi­dad. Y nos ha sub­ra­yado que entre el 2006 y el 2010, mien­tras los Gar­cía y los Cor­nejo se lle­na­ban los bol­si­llos por segunda vez, salie­ron del país, como uti­li­da­des de las inver­sio­nes extran­je­ras 37,000 (tren­ti­siete mil) millo­nes de dóla­res. ¿Y cuánto entró de recur­sos exter­nos en ese mismo periodo? Pues diez mil millo­nes de dóla­res menos de lo que se fue.
Para ter­mi­nar de per­sua­dir­nos, Jimé­nez se vale de esta peda­gó­gica com­pa­ra­ción: en el 2010 se expa­tria­ron, como uti­li­da­des de capi­tal forá­neo, 8,900 (ocho mil nove­cien­tos) millo­nes de dóla­res es decir 25 mil millo­nes de soles, monto supe­rior a los ingre­sos anua­les de todos los pobres del Perú, los mis­mos que lle­gan a los 21 mil millo­nes de soles.
Gar­cía dice que cre­ce­mos. El pro­blema es cómo. Durante el régi­men que ter­mi­nará este julio las expor­ta­cio­nes reales han aumen­tado 3.8% al año. Las impor­ta­cio­nes, en cam­bio, han cre­cido a un ritmo anual de 16.6% ¿No era que somos una vir­tual poten­cia agroex­por­ta­dora? No. No es así.
Hace un tiempo, invi­tado por la uni­ver­si­dad cató­lica, vino el eco­no­mista esta­dou­ni­dense Dani Rodrick, pro­fe­sor aso­ciado de Har­vard a tra­vés de la escuela John Ken­nedy. Rodrick se encargó de recor­dar­nos que no hay cre­ci­miento veraz y sos­te­nido – es decir, desa­rro­llo– sino hay un pro­ceso sin pausa de incre­mento de la pro­duc­ti­vi­dad, cre­ci­miento de la demanda interna e industrialización.
Eso supone aque­llo que ate­rro­riza a los Nean­dert­hal del libe­ra­lismo que han mono­po­li­zado la agenda polí­tica peruana: con­cer­ta­ción entre el Estado y los pri­va­dos y, en algu­nos casos, sí, no se horro­ri­cen: pla­ni­fi­ca­ción. Como en Corea del Sur o Singapur.
Pero no es posi­ble con­cer­tar si el capi­tal nacio­nal es cada día menos sig­ni­fi­ca­tivo. En 1950 el capi­tal extran­jero en el Perú repre­sen­taba, como por­cen­taje en la gene­ra­ción del PBI, el 10 por ciento. En 1968, cuando los mili­ta­res nas­ce­ríais irrum­pie­ron en la escena, ya era el 22%. Des­pués de Fuji­mori, en el 2000, esa cifra llegó a 29%. Y en el 2007, con Gar­cía en la ple­ni­tud de su polí­tica, alcan­za­mos el 34.5% de capi­tal extran­jero res­pecto al PBI.
Por eso – y por muchas otras cosas– es que en todas las encues­tas rea­li­za­das sobre el tema de la situa­ción eco­nó­mica, más del 70 por ciento de los con­sul­ta­dos (73.9% en la más reciente) soli­cita que el modelo cam­bie. Eso es lo que calla la prensa con­ser­va­dora y su falange de voces adjuntas.
Hay un males­tar exten­dido en el Perú. Que la prensa lo silen­cie no sig­ni­fica que no exista. Ese desa­so­siego tiene que ver con las desigual­da­des, con la ceguera de la clase polí­tica, con las exclu­sio­nes, con la corrup­ción impune. Hay un gran ban­quete, pero hay millo­nes que lo miran, con rabia, detrás de una alambrada.
Si usted no quiere uno sino varios baguas, una pra­dera de hierba seca y una chispa en el Vrae, un des­con­tento que radi­ca­lice las pro­tes­tas y haga ingo­ber­na­ble el país, no lo dude: vote por PPK. Si usted quiere otro 5 de abril, vote por quien hará impo­si­ble vivir en demo­cra­cia. Y si usted es de quie­nes están pen­sando que nece­sita un PPK que incen­die la pra­dera para jus­ti­fi­car una nueva dic­ta­dura, pues lo feli­cito: va en el camino correcto.
Y si yo fuera Abi­mael Guz­mán me esta­ría fro­tando las manos.

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